miércoles, 31 de julio de 2013

El tío.

De unos cincuenta y tantos años, pelo canoso, de manos fuertes, lentes de carey,   papá de dos hijas y cuatro adoptados, permitió generosamente que formáramos parte de la historia de su vida.
 Sentados a la mesa, a la hora del almuerzo, mi compañía perfecta era mi tío y no se empezaba a comer hasta que él llegara.  A pesar de que había tres lugares vacíos en la mesa, me gustaba sentarme siempre a su derecha.  Mi tío había sufrido un accidente muy grave cuando viajaba en su moto, su recuperación fue larga y las secuelas eran un dolor constante  en la pierna fracturada y en ocasiones la piel se le ulceraba, así que de recibir un golpe en ésa área era  doloroso.  Hasta la fecha no logro entender el porqué me sentaban siempre en ese mismo lugar en donde como niña buena, se me olvidaba la advertencia y movía los pies una y otra vez, golpeando la  pierna lesionada.  Siempre era la misma canción: “quieta con los pies”.  Esto no impedía que el momento de las comidas  fuera especial.
 Compartíamos ciertos gustos como las cerezas, él guardaba unas para mí como postre en el  almuerzo.  Compartíamos la mantequilla y nos volvíamos cómplices al decir una que otra mentirilla a mi tía, celebraba mis logros cuando me comía toda la comida o cuando no era la última en levantarme de la mesa. 
Como era la hija menor y la última en irse de casa,  fui la compañía de muchas actividades.  Nos encantaba ver en la televisión programas como el zorro, titanes en el ring, programas de concursos, futbol, etc.  También nos afanamos en juegos de mesa.  Recuerdo que en una ocasión  discutíamos por una partida de dominó, en ese momento mi tía regresaba del mercado y nos escuchó, así que para acabar con el pleito, nos quitó el juego y lo escondió.  Nos quedamos sin dominó, pero encontrábamos otra fuente de conflicto –mejor dicho- otro juego de mesa.
En Semana Santa íbamos al interior de la república y pasábamos la frontera para visitar Tapachula, el puerto de Maderos.   En los primeros años viajábamos en tren, pues éramos muchos hijos e incluso había ocasiones en que los vecinos nos acompañaban.  Luego como todos crecieron,  nuestra familia se redujo a mi tía, mi abuela, mi tío y yo, así que se compró un carro Volkswagen color beige, en el cual viajábamos con más comodidad, aunque  al pasar los años, mi tío ya era un peligro hasta para él mismo.
Cuando estaba en parvulitos, mi tío era el encargado de llevarme y recogerme de la escuela en su moto.  Yo me subía con miedo y me abrazaba a su espalda, como era gordito y mis brazos cortos, por momentos sentía que no podría sostenerme y me caería.  Afortunadamente solo se me caían los zapatos, los que mi tío pacientemente tenía que recoger.  En esos tiempos de escuela, yo tuve una maestra que se llamaba Carmencita, mi tío me preguntaba por ella diciendo: ¿cómo está su maestra carne frita?  A lo que yo le contestaba algo enfadada que mi maestra no era ninguna carne frita y él siempre se corregía riendo ampliamente.
En la casa donde vivíamos había un terreno anexo donde se cultivaba café, también tenía sembrados árboles frutales.  El momento de cosechar el café era todo un acontecimiento,  El se preparaba física y mentalmente para realizar esta ardua tarea y no permitía que le ayudáramos más que extender el café para secarlo en el patio de la casa.  Por  la tarde había que recogerlo y cubrirlo con un plástico para evitar la humedad.   Pasado este proceso se guardaba y luego se tostaba para poderlo degustar en familia.
Cuando ya tenía edad de ir a fiestas tocó el turno de aprender a bailar y qué mejor maestro que mi tío, era muy jovial y tenía pies ligeros.  Le gustaba bailar marimba y con mi tía eran imparables en todas las fiestas y unos  excelentes bailarines.
Claro como en todo ciclo vital, me tocó irme de casa y le agradezco que haya estado siempre para acompañarme en los momentos especiales.

martes, 23 de julio de 2013

Las maletas.

agskj4e3ehdlkje | via TumblrLas maletas, son artículos útiles que nos sirven para transportar nuestras pertenencias.  Cuántos de nosotros hemos hecho más de una en nuestra vida.  En cuantas aventuras nos han acompañado.
Desde niños hacíamos la maleta para visitar a nuestros abuelos o cuando nos íbamos de vacaciones con nuestra familia, o a la casa de los primos o simplemente al patio de juegos de nuestra casa.
 Todo lo que llevábamos: ropa, juguetes, libros, artículos de limpieza personal, zapatos, etc., permanecían apretujados y muy juntitos hasta llegar a nuestro destino.  Los más excéntricos llevarían su almohada y su oso de peluche, impensable viajar sin ellos.
Nos acompañaron en los momentos importantes de nuestra vida, llevando nuestras ilusiones en el viaje de bodas, la emoción del nacimiento de nuestros hijos, la aventura al viaje que nos hemos ganado, etc.  Si pudieran contarnos lo mareadas que terminan en las bandas de maletas en los aeropuertos, las largas horas de vuelo conversando y cargando o siendo cargadas por  otras maletas.  Los diferentes autos en donde han viajado, las curiosidades que guardan entre los zippers y más aún las que poseen compartimientos secretos.
¿Podríamos decir que existen maletas buenas y malas, bellas y feas, grandes y pequeñas, coloridas y recatadas?  Claro que sí, además han evolucionado.  Cuando era niña nuestras maletas eran diferentes a las actuales.  Eran de cuero y tenían cinchos que servían para asegurar los broches.  No conocíamos mucho los zippers, menos las rueditas y jaladores que las han hecho verse ultramodernas y más solicitadas, pues nos facilitan cargarlas de un lado para otro. Y no se diga de las decoraciones, infantiles, superhéroes, flores y una gama de colores bastante extensa en donde podemos expresar nuestro buen gusto o lo contrario.
Mis maletas han cambiado conforme he ido creciendo, unas se han marchado por el paso del tiempo, mis necesidades han crecido y ya no son funcionales, las he regalado, prestado, sustituido por otra más bonita o simplemente se han llenado de polvo por la falta de uso.
En nuestro último viaje llevamos a nuestra maleta al museo y no porque la consideráramos miembro de la familia, ni porque necesitara un poco de cultura general, sino porque el avión nos dejó y para aprovechar el tiempo que íbamos a esperar, visitamos el museo que no podíamos dejar de ver.  Así que no muy acostumbrados a estos modismos entramos con incertidumbre al museo y dejamos nuestra pequeña maleta familiar en el lugar indicado, cruzando los dedos para que no fueran a rechazarla y afortunadamente así fue.  La maleta se quedo con otras de su especie y me imagino que fue muy grato encontrar a otras  igual que ella.

Siempre cuídenlas y trátenlas bien, porque una maleta dice mucho de su dueño.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Aventuras de un negrito.

Nuestro carro es un modesto pick up, no es como el super Chevy que hasta vuela –aunque sea en las historietas- pero de todas formas le agradecemos que nos lleve y traiga.  Ha sido nuestro compañero en las buenas y en las malas.  De repente también hace sus caprichos y se queda sin moverse o sin luces o ¡¡¡casi sin frenos!!! Pero en fin, ha hecho historia en nuestras vidas, más en la mía, porque como yo soy la que más lo uso, me toca aguantarle sus desplantes y quejas.

Una de sus características es atraer patrullas de la policía nacional civil.  Tal vez sea por su apariencia: es de color negro, las ventanas están polarizadas y se ven óptimas para ocultar algo.  Estoy empezando a creer que quiere llamar la atención de mi esposo, pues él dice que entre sus extrañezas, no le gusta manejar carro.  –nuestro Fiat se siente ignorado-

Así que les contaré mi más reciente encuentro cercano con estos tipos.
Íbamos camino al entreno de baseball de mi hijo como a eso de las dos de la tarde, cuando en un cruce para tomar la avenida principal, tuve que sacar un poco más de lo normal la parte frontal del carro para poder ver si estaba libre la vía, pues un microbus de la policía estaba estacionada en la calle, la cual nos impedía ver bien.  De repente apareció un carro de la Policía Municipal de Tránsito, que a toda velocidad pasó pitando en señal de advertencia, a lo cual yo frené y de repente sentimos un golpe en la parte trasera del carro, nos habían chocado y adivinen quienes eran: nuestros amigos de la patrulla de la Policía Nacional Civil.  Se empotró en el bomper  y le rompió las luces de stop.

Afortunadamente estábamos enfrente de una estación de policía y no había escapatoria, todos se agruparon para ver qué había pasado.  Como todo buen hombre le echó la culpa a las mujeres –que no saben manejar- de no haberme lanzado, porque según él me hubiera dado tiempo, aún con el riesgo de que la otra patrulla me chocara o yo causara un accidente.  Después dijo que el camino estaba libre, a lo cual le debatí, pues eso no era cierto.

Luego de llegar a un acuerdo nos fuimos en busca del juego de focos, el cual yo sabía que no encontraríamos, pues es una marca de carro que casi no hay repuestos por ser un modelo ya viejito, así que no creí conseguir el repuesto fácilmente.

Así que nos fuimos en busca de una tienda de repuestos y nos dimos a la tarea de perseguir a la patrulla por 15 ó 20 minutos y luego como el agente no conocía mucho la ciudad, nosotros fuimos los perseguidos por la patrulla por otros 20 minutos y al lugar donde nos bajábamos a preguntar por el repuesto, más de alguno de los tenderos me preguntaba: ¿le pegó la patrulla? Al contestar afirmativamente, solo sonreían discretamente.

Por fin encontramos el ansiado lugar donde fabricaban los focos, silvines y demás.  Después de atendernos el propietario, nos dijo el precio, el cual el agente policiaco pagó con el deseo de dar por terminado esta embarazosa situación.  Pero había un detalle, la puerta de la palangana se había hundido y había que enderezarla, en lo cual se echó para atrás y dijo que no pagaría lo demás, porque eso era un golpe anterior y que también tendría que poner de su bolsillo para reparar la abolladura que le hizo a la patrulla el bomper.

Viéndolo desde este punto de vista y viviendo en Guatemala con el nivel de corrupción, creo que es preferible que lo choquen los policías, pues si no te pagan lo desembolsas cuando puedas y buscas el mejor precio; pero cuando te toca chocarlos te arriesgas a pagar lo que ellos quieran y encima te pueden poner multa por conducir mal o en el peor de los casos, llevarte a la cárcel.

Por otro lado no me puedo quejar, ya que en esta ocasión era un buen policía… por el momento.

miércoles, 22 de mayo de 2013

¿Y mis dientes?


A veces andamos tan enfrascados en nuestros pensamientos, que no nos damos cuenta de ciertos detalles que debemos tomar en cuenta.

Mi tía siempre andaba deprisa, incluso en el caminar era bastante rápida y muchos de los que le acompañábamos a algún lado,  teníamos que esforzarnos por mantener el ritmo, lo cual nos hacía terminar bastante agitados.  Y pobre del que se quedara rezagado, era una tarea bastante difícil darle alcance.

Cuando era muy joven tuvo problemas dentales y le retiraron todos los dientes del maxilar superior, lo cual le obligaba a usar una dentadura postiza.

En una ocasión tuvo que ir al dentista para que le hicieran un trabajo. Para revisarle la encía y trabajar con mayor comodidad le quitaron la dentadura postiza.  Cuando hubo terminado, le retiraron los algodones y le pidieron que se enjuagara y que podía marcharse.

Pagó la consulta y se fue rápidamente, se subió al bus y cuando iba a medio camino se sintió extraña y no atinaba a saber porqué.  De repente se acordó de sus dientes postizos, se bajó del bus y se fue en busca de la dentadura olvidada.

Cuando llegó al consultorio, la doctora con los dientes en mano le daba las disculpas del caso y le comentaba que cuando ella se dio cuenta de que había dejado la dentadura postiza,  envió a la enfermera a que la siguiera, pero no tuvo suerte, ya que caminó tan de prisa que ésta no logró encontrarla.

Así terminó el pequeño incidente entre risas y agradecimientos por haber encontrado la valiosa prenda. 

miércoles, 15 de mayo de 2013

Una Visión Nocturna


Por si no lo han notado esta casa definitivamente tiene algo especial, de ella han salido varias historias que he compartido con ustedes –me imagino que habrán muchas más-, sólo me queda seguir recopilándolas.

El protagonista de esta historia remodeló  su casa y se vio en la necesidad de alquilar por dos años, la famosa casa que casualmente estaba frente a  la  suya.  Lo que no sabían era que durante este tiempo él y su familia tendrían experiencias muy poco usuales.  He aquí una de ellas:

Una noche mientras miraba un programa de televisión junto a su familia, de reojo vieron una nube blanca que pasó cerca de ellos.  Se levantaron para ver mejor y  se dieron cuenta que la nube se dirigió por el corredor, subió las escaleras y desapareció.

No se habían repuesto del susto cuando a los días siguientes vieron pasar la nube con el mismo recorrido y lo curioso es que lo hacía casi siempre pasadas las 11:00 p.m.

Pero un día hubo una variación cuando apareció la nube, en la cocina se oyó un gran ruido producido por varias ollas que cayeron al  suelo.  Esta vez corrieron a la cocina y efectivamente encontraron las ollas en el piso, a mitad de la habitación, fuera del gabinete donde usualmente se guardan.

Dicen que se llegaron a acostumbrar a verla pasar en las noches y que ya no sentían tanto miedo, pues sabían que aparecería siempre después de las 11:00 p.m.

Cuando le comentaron al dueño de la casa sobre estos incidentes, les dijo que no tuvieran miedo, pues de plano que eran espíritus buenos que moraban la casa.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Una cocinera sonámbula


Mi familia tiene historial de sonambulismo.  Mi tía en sus primeros años padecía estos síntomas, lo cual asustaba mucho a su abuela con quien ella vivía.  Así que un buen día se cansó de tanto susto y decidió curarla según ella, con un remedio poco usual.

Cada noche cuando mi tía ya dormía, la abuela ponía un gran balde de agua fría justo donde ella colgaba los pies para poder bajarse de la cama.  Cuando la sonámbula decidía hacer su ronda nocturna, metía los pies en el agua y rápidamente los sacaba, se despertaba asustada y se volvía a meter a la cama.  Así transcurrieron muchas noches hasta que se curó.  A la fecha la paciente ya no padece de sonambulismo y sigue cuerda y no como citan las abuelitas de que “no hay que despertar abruptamente a los sonámbulos porque se vuelven locos”.

Bueno esto es el preámbulo a la historia de nuestra cocinera sonámbula.

Mis primos regresaban tarde de la universidad y siempre cenaban y dejaban la cocina sucia.  Al otro día mi tía les reclamaba y únicamente se culpaban uno al otro sin resolver nada.

Pero una mañana mi prima se levantó e hizo su cama y al quitar las almohadas vio que había un pan con huevo envuelto en una servilleta de papel.  En tono cómico fue con mi tía y le dijo que le agradecía el detalle de llevarle el desayuno a la cama, a lo cual le contestó que dejara de hacerse la graciosa, que esa no era su costumbre y que le explicara porqué dejó sucio el sartén donde cocinó el huevo. 

Iba a ser difícil que mi tía le creyera de que ella no había cocinado la noche anterior, pues con semejantes antecedentes y teniendo a la vista la evidencia en la mano o mejor dicho debajo de la almohada, no iba a lograr convencerla de su inocencia.  A partir de ese día mi tía que no acostumbraba a echar llave a la puerta de la calle lo empezó a hacer, pues no vaya a ser que la sonámbula dispusiera irse de parranda y luego no se acordara.

miércoles, 24 de abril de 2013

Los piecitos del Tzitzimite


Esta historia sucedió en la misma casa donde apareció la lavandera.  Con el tiempo mi primo pudo construir un segundo nivel, pero él y su familia ya vivían en los Estados Unidos.

Una de sus cuñadas estaba a cargo de ver la construcción y esa tarde enviaron a un chico como de unos 8 años a que fuera a darle un mensaje al albañil.  El chico regresó corriendo con cara de susto y les contó que había visto a un hombrecito subir las gradas y desaparecer al llegar al segundo piso.  Cuando vio las huellas que dejó en el piso entre el material de construcción, tuvo miedo y no quiso seguirlo, lo mejor fue salir corriendo e ir a llamar a la encargada.

Así que con cámara en una mano y el corazón en la otra, fueron a tomar las fotos de tan pintoresco personaje.  Las fotos se las enviaron a mi primo, sinceramente no sé que fue de ellas, pero fueron una muestra de que por allí caminó el Tzitzimite.

Adicionalmente una vecina también cuenta que varios niños, entre ellos su nieto, estaban jugando en el barranco, se subían y bajaban de los árboles, otros los aporreaban para bajar sus frutos,  en fin jugaban como lo hacen los patojos.  De repente se les apareció un viejecito más bajito que ellos y al verlo lógicamente salieron despavoridos a sus casas a contar lo sucedido.  Muchos dicen que son duendes que protegen a la naturaleza y que seguramente enojados por el maltrato en este caso, al árbol, decidió hacerse visible y darles una lección.

miércoles, 17 de abril de 2013

Temblores


A propósito de temblores me he acordado de una historia de otro tipo de miedo que nos tocó vivir a los de esa época y fue el día del terremoto de 1976.  Pero a pesar de toda la tragedia, siempre hay  momentos que pueden resultar cómicos y que nos ayudan a mitigar el dolor e incluso a olvidar lo difícil que fueron esos días y entonces nos acordamos de las partes que nos hicieron reír en lugar de llorar.

Han pasado muchos años desde aquella madrugada del 4 de febrero cuando nos levantaron de la cama y no porque querían que madrugáramos sino para evitar que una pared o en el peor de los casos, el techo de nuestra casa nos aplastara.

Ahora con mi familia comentamos todos los sucesos con un poco de gracia, pues cada miembro hizo cosas un poco usuales y les voy a contar porqué.

Yo me acuerdo que en el momento de los temblores más fuertes mi prima *Ana que dormía en la misma cama que yo, me despertó y me dijo que no me levantara, que en todo caso las almohadas nos amortiguarían los pedazos de pared o el techo cual fuere el primero en caer.  |Qué ilusas! ¿no?. Yo me quedé quietecita esperando a ver qué pasaba, cuando de repente entró mi prima  * Lucía dando de gritos y fuera de sí, preguntando por mí.  Ana le dijo que se calmara pues yo estaba con ella, pero del susto que traía no me miraba, aparte de lo oscuro ella estaba muy alterada y revolvía la cama, Ana le gritaba también de que se calmara y como no lograba controlarla, le tuvo que dar un cachetón para que reaccionara.  Luego de levantarnos corrimos a protegernos bajo un marco de puerta y allí esperamos a mis tíos que venían preguntando por todos y  sobre todo por mí, pues no lograban reconocer mi cara, ya que con el susto, mi prima Ana me había tomado al revés y lo que tenían enfrente eran mis pies.

Al fin todos reunidos nos dirigimos al patio y era aterrador como los perros ladraban y la casa se balanceaba con amenazas de caernos encima.

Poco a poco fueron calmándose los movimientos telúricos y cada uno pensó en las cosas importantes para sí: mi tía en sus loros, que dormían en sus estacas en el garage y que se habían caído con todo y cama.  Así que mi tío en un acto de valentía entró a rescatarlos entre las bicicletas y en ese momento empezó a temblar y a nosotros nos temblaban las piernas de saber que por ir al rescate de los famosos loros a mi tío le caería la casa encima.  Al final salió enterito y con los loros que protestaban sin parar.

Lucía después de recuperar la cordura la volvió a perder, pero no por culpa mía, sino por un estéreo  y los discos de su cantante “Sandro” que eran su adoración.  Armose de valor entró y salió en un abrir y cerrar de ojos con su amado tesoro, los puso debajo de la pila y  se durmió junto a ellos.

Recuerdo que esa pila fue por mucho tiempo mi techo por las noches, pues decían que ésta sí aguantaría en caso el techo o la pared se desplomaran.  Cosa que creo que si hubiera funcionado más que las almohadas que nos habíamos echado encima en la ocasión anterior.

Yo también pensé en algo que era importante para mí y era que ese día iríamos por parte de la escuela a ver una presentación de una obra de teatro …

Afortunadamente nuestra casa resistió semejante desastre y no hubo más que repararle varias cosas.  Como fuimos una de las pocas familias que no salimos a la calle, los vecinos pensaron que habíamos muerto soterrados y  ya estaban pensando donde velarnos y quien iba a dar el cafecito.

* nombres ficticios

miércoles, 10 de abril de 2013

¡Querida perdí a los niños!


Mis suegros viven en San Felipe Retalhuleu y para Semana Santa solemos visitarlos.  En esas fechas las playas de nuestra querida patria se saturan enormemente de personas ansiosas por broncearse, darse un chapuzón, ganarse quemaduras de piel por no saber tomar el sol, dar un paseo o simplemente perderse en la multitud de veraneantes.

Esto nos pasó este año.  Mi esposo y mis dos hijos, una niña de 11 años y un niño de 8 fuimos el sábado posterior al viernes santo a la playa.  Nos fuimos bien temprano para aprovechar que no hay tanta gente, el sol es menos fuerte y así regresar pronto a San Felipe.

Como ya íbamos con el traje de baño puesto, nos lanzamos al mar en busca de un rico baño de agua salada.  Mis hijos se pusieron a buscar conchitas entre ola y ola.  Poco a poco se llenó de gente y vimos nuestro bello espacio reducido a la mínima expresión.  Ya no podíamos bañarnos en el mar pues en lugar de olas te llegaban personas.

Como ya era imposible tener a la vista nuestras cosas, mi esposo y yo nos turnamos para ver a los niños y cuidar nuestra casita de campaña.

Así estuvimos hasta que le tocó el turno a mi esposo de cuidar a los niños.  Pasó un largo rato cuando en eso lo veo venir solo y me pregunta: ¿han venido los niños?, respondí que no, creo que tú eras el encargado de vigilarlos. -Es que no los encuentro, se me perdieron.  -Voy a regresar para buscarlos.  Se fue y mientras tanto, me imaginé miles de cosas además de la desesperación que me provocaba el no poder ver más que espaldas y piernas en donde había playa.

Los minutos me parecieron horas, pero se me hicieron más pesados cuando veo pasar a un par de policías en moto que llevaban a un niño y otro a un señor ya mayor que obviamente estaban extraviados.  Ya hubiera deseado que fueran los míos los que iban en la moto.

En eso estaba cuando gritaron alarma de ahogado, casi me muero, así que empecé a recoger las cosas e ir a investigar.  En eso aparecen mis hijos –gracias a Dios-  bien y serenos.  Mi hija me contó que cuando se vio perdida, le dijo a su hermano que no se separaran y que juntos iban a buscar a su papá.  Mi hijo que es un despiste total (de quien creen que heredó la mayor parte) no se había enterado de su extravío y no le quedó otra que seguir a su hermana.  Menos mal que lo tomaron con calma y no perdieron la orientación, cosa que les ayudó a encontrar el camino de regreso.

Luego ya de regreso al parqueo donde habíamos dejado el carro, nos dimos cuenta de que la batería del carro se descargó…

Creo que para la próxima vez, lo pensaremos mejor antes de volver a visitar las playas en épocas de alto turismo.

miércoles, 3 de abril de 2013

Prendas al revés


Mi tía se ha caracterizado por usar las prendas de vestir al revés.  Para los que vivimos junto a ella, se nos ha hecho de lo más natural, aunque siempre se nos escapa una sonrisa y nos sorprendía el hecho de que no hubiera logrado superar el reto de salir vestida normalmente. 

Lo más gracioso del asunto era cuando nos contaba la cara que puso fulano o la vecina de más allá cuando se percataban que ella iba camino al mercado o hacer algún mandado con la ropa al revés.  “Doña fulanita lleva el suéter al revés”  a lo que ella contestaba “ahora así que se quede” o “no me di cuenta, yo siempre hago lo mismo”.

No sé si podríamos decir que era despistada, más bien siempre estaba apurada, preocupada de los demás y de lo que tenía que hacer y creo que eso le provocaba salir así.  Lo curioso es que le pasaba solamente en el diario ajetreo, pues cuando tenía que prepararse para algún evento o fiesta, entonces sí se fijaba en cómo se pondría la ropa.

Usaba las blusas y suéteres al revés y con los pantalones se ponía lo de atrás para adelante -imagínese usted lo incómodo que sería caminar largos tramos-.  Y no se diga de las medias o calcetas, siempre teníamos que hacerle la observación.